miércoles, 31 de diciembre de 2008


El bar se pone muy triste en las fiestas. Por eso nunca me han gustado. La alegría y la frenética actividad que caracterizan al local durante todo el año se nublan de tristeza a medida q voy colocando los primeros adornos de navidad. Todo se transforma aquí. Un aire de melancolía y nostalgia recorre las mesas sin piedad y no deja títere con cabeza. Hasta el más alegre de los clientes resopla cuando no se siente observado por nadie. Y por no hablar de las lágrimas indecorosas que tiñen de negro los colorados carrillos de mis clientas.

Los recuerdos afloran en las empañadas cristaleras llenas de guirnaldas y tópicos dibujos navideños. Los cafes se vuelven más amargos y los asientos más fríos. El tiempo se para. Y acuando abres la puerta te encuentras en un sub-mundo de hiel y, sobre todo, de historias que se entrecruzan y pintan las paredes de crueles desenlaces.

Por ello, yo siempre doy mucho cariño a mi clientela en estos días, pero aunque yo me haga el fuerte, no siempre puedo serlo....

Aún así, todo tiene una parte positiva. Y es que la nochevieja me encanta. Es una noche de sueños y de proyectos, de cariño y de metas, donde todos, por fríos que sean albergan al menos un pequeño sueño en su corazón y queman al compás del humo de un cigarro todos lo agujeros negros del año que nos deja. Así que aquí, en este recóndito bar del centro de una laberíntica ciudad, damos la bienenida al nuevo año con los abrazos abiertos, siempre llenos de amor y volamos.....

miércoles, 8 de octubre de 2008

Nombre: Luisa Ubicación: centro barra

Luisa siempre tuvo carencias en su vida. Desde que era muy pequeña tuvo que prescindir de muchísimas cosas, excepto de dos: el café y el cariño. Su familia sería más pobre que las ratas, pero nunca la faltó un abrazo o un beso. Así era ella, nunco supo leer o escribir pero daba mil vueltas a todo el mundo. Ya que la vida, por ahora, no ha sido explicada en ningún manual ni en ningún libro de Dostoiévski.



Carismática y decidida, a las 6:15 de la madrugada me esperaba todos los días en la puerta de bar para ayudarme a subir los cierres o fregar conmigo los restos del día anterior. Yo siempre me negué a que lo hiciera; pero terca como un mula, se metía en la barra, y, si era necesario, a empujones. Claro que llevaba tantos y tantos años ayudando a la gente, que ya no sabía hacer otra cosa. Es el fruto de tener una madre enferma y un padre minusválido. Pero a ella nunca le importó.



Era una enamorada de los musicales y, desde los 8 años (que fue cuando empezó a limpiar escaleras), nunca la faltó una canción en la boca y, aunque trabajaba en el peor barrio de Madrid y nunca había pisado un avión, cada mañana volaba a un sitio diferente. Y, sino pregúntale por Baltimore, en la que paseó durante un año obsesionada con el musical de Hairspray.



Nunca encontró el amor, pero ella mantiene la esperanza. Y está convencida, de que, auqnue gorda y vieja, su príncipe azul ( o como dice ella, aunque sea verde ya que a esta edad una no está como pa pedir currículum) se encontrará en la esquina cuando menos se lo espere y la sacará a bailar un vals en medio de la calle mientras todo el mundo cantará y bailará para ellos.


Y, también sabe, que un día ella será la protagonista de su propio musical. También hay que tener en cuenta que su lógica es brutal: si sacaron a Cándida, a ella también.



Al contrario que Marga y Sol, Luisa siempre se colocaba en la barra y era la psicóloga y relaciones públicas oficial de bar. Además de mi cocinera particular, ya que ni ningún mes me ha faltado todavía su taper de croquetas que sabe que tanto me gustan. Y, lo peor de todo, es que nunca me deja invitarle a un puñetero café. Eso es lo único que no soporto de ella. Y, en parte, me aprovecho de ella, ya que como su memoria no es brillante, le hago creer que ya ha pagado su café cortado sin azúcar.





La encantaba la lotería, y cada año, por navidad, yo siempre le regalaba un décimo, para que un día por fin, pudiera ser la protagonista del musical de su propia vida....

martes, 30 de septiembre de 2008

Nombre: Sol Ubicación: esquina izquierda


Sol, en tres años que lleva abierto el bar, no ha faltado un solo día a tomarse su café con leche con dos sobres de azúcar. Yo creo que el hecho de tomara tanto azúcar había configurado su carácter, ya que jamás, en todos los años que llevo trabajando como camarero, encontré a una persona más dulce y cariñosa que ella.
Le encantaba leer , así que cada tarde llevaba su novela y pasaba las horas totalmente abstraída del mundo en su mesa preferida, la de la esquina izquierda, la única mesa libre de miradas indiscretas.


Ella era joven, no llegaba a la segunda mitad de la veintena. Y, entre la poca edad que tenía y la poca altura que ostentaba, hacía crecer en mí el instinto paternal que nunca tuve. Claro, que eso mismo era lo que les había pasado a sus padres, pero con ella. Ellos estaban totalmente comprometidos con la sociedad, tan comprometidos que ni una hija pudo vencer su compromiso. Lo único bonito que hicieron por ella fue ponerle aquel nombre.


Le encantaba bailar. No podía evitar cada mañana, al levantarse, poner un disco de la casa azul a todo volumen y ponerse a dar saltos como una descosida mientras se fumaba el primer cigarro de la mañana. No fumaba mucho, pero ese cigarro era imperdonable. Insegura y pintoresca, Sol siempre utilizaba leggins. De todos los colores, le chiflaban. Al igual que siempre le encantó ayudar a los demás. Pero nunca se ayudó a ella misma.

Siempre sonreía, diez horas al día mantenía su increíble ternura reflejada en su rostro. Pero, al llegar a casa, ya no era lo mismo.....






viernes, 19 de septiembre de 2008

Nombre: Marga Ubicación: esquina derecha


Se llamaba Marga y todos los días, con una puntualidad infranqueable, a las 7:05 a.m. aparecía en la puerta del bar. Siempre me pedía un café solo sin azúcar. Y, siempre, en un rito casi diabólico, se sentaba en la misma mesa de la esquina de dos personas acaparando con su bolso la silla libre para evitar cualquier posibilidad de interacción social. No es que ella fuese desagradable sino que detestaba cualquier asomo de cordialidad fingida.


Rozaba los cuarenta, aunque nadie lo podría imaginar. Elegante y firme (firme gracias a sus tres horas de gimnasio diarias) dirigía aparte de su propia empresa, su vida con mano dura y disciplina. Tal como le había enseñado su padre. Una vida sin sentimentalismos, pragmática en el sentido más profundo de la palabra. Es más, ni siquiera tenía amigos. No era práctico. Siempre lo dijo su padre, por dos abrazos y dos sonrisas pierdes un tiempo que podía haber valido su precio en euros. La única relación que había visto práctica era la de sus padres. Cada uno hacía su vida por su cuenta, sin repreoches ni desprecios, como dos compañeros de pisos que no hablaran el mismo idioma, y con el único vínculo de una noche de amor demasiado desmadrada y con consecuencia no previstas. Y así se lo hacían a ver a su único retoño todos los días de su vida hasta que se fue de casa a su loft simple y práctico.


El problema era que hasta al más disciplinado de los dictadores se le suelta algún cabo. Y es que a Marga le encantaba Almodovar. En parte, y nunca porque ella lo reconociera, le adoraba entendía perfectamente a sus personajes. Y era perfectamente consciente, que entre tanto orden, al final acabaría volviéndose loca. Pero, como en todos los demás aspectos de su vida, había aprendido a resignarse sin demasiados aspavientos que pudieran hacer tambalear su magnífica carrera profesional.


Y fumaba, fumaba como una descosida. Llegaba a los dos paquetes al día, y no fumaba más porque no tenía tiempo. Y odiaba, odiaba profundamente estar solo en su casa. Por ello, buscaba actividades o hacía horas extras para poder pasar por su loft el tiempo imprescindible. Algo que, por supuesto, no incluyera ningún tipo de relación social. Ya que bastante tenía con escuchar las constantes quejas de su madre por teléfono reprochándole el abandono de su antigua vida.


Siempre fue una ganadora, pero, hasta hora, siempre había fallado el gol más importante de su vida....

sábado, 13 de septiembre de 2008

Bienvenidos/as


Me encanta la palabra histérica y mira que la historia nunca ha sido justa con este estado de ánimo. Y es que sigo sin entender porque un adjetivo con tanta vida nunca ha estado bien visto. Ser una histérica no significa solo estar con los nervios destrozados, sino que refleja que seguimos existiendo y más llenos de vida que nunca. Y si no, que se lo digan a Pedro Almodovar.

Por mi parte, creo que esta palabra nunca la llegué a entender bien hasta que empezé a trabajar en este bar y comprendí todo la complejidad que entrañaba. Pero, por supuesto, nunca tanta dificultad como todas las mujeres que pasan por mi bar todos los días. Y es que son tan maravillosamente histéricas que he decidido que la web necesitaba conocer su historia. Y aquí os presento. Ellas, por su lado, os dan la bienvenida, y piden que ya que vais a espiarlas, como si de cualquier gran hermano se tratase, por favor, no hagáis ruido.

Y yo, como cualquier aceptable barman de cualquier bar perdido por las calles de esta laberíntica ciudad, os inivito a un trago y propongo un brindis por esta maravillosa palabra que da sentido al caótico mundo de nuestras vidas: histérica.