miércoles, 8 de octubre de 2008

Nombre: Luisa Ubicación: centro barra

Luisa siempre tuvo carencias en su vida. Desde que era muy pequeña tuvo que prescindir de muchísimas cosas, excepto de dos: el café y el cariño. Su familia sería más pobre que las ratas, pero nunca la faltó un abrazo o un beso. Así era ella, nunco supo leer o escribir pero daba mil vueltas a todo el mundo. Ya que la vida, por ahora, no ha sido explicada en ningún manual ni en ningún libro de Dostoiévski.



Carismática y decidida, a las 6:15 de la madrugada me esperaba todos los días en la puerta de bar para ayudarme a subir los cierres o fregar conmigo los restos del día anterior. Yo siempre me negué a que lo hiciera; pero terca como un mula, se metía en la barra, y, si era necesario, a empujones. Claro que llevaba tantos y tantos años ayudando a la gente, que ya no sabía hacer otra cosa. Es el fruto de tener una madre enferma y un padre minusválido. Pero a ella nunca le importó.



Era una enamorada de los musicales y, desde los 8 años (que fue cuando empezó a limpiar escaleras), nunca la faltó una canción en la boca y, aunque trabajaba en el peor barrio de Madrid y nunca había pisado un avión, cada mañana volaba a un sitio diferente. Y, sino pregúntale por Baltimore, en la que paseó durante un año obsesionada con el musical de Hairspray.



Nunca encontró el amor, pero ella mantiene la esperanza. Y está convencida, de que, auqnue gorda y vieja, su príncipe azul ( o como dice ella, aunque sea verde ya que a esta edad una no está como pa pedir currículum) se encontrará en la esquina cuando menos se lo espere y la sacará a bailar un vals en medio de la calle mientras todo el mundo cantará y bailará para ellos.


Y, también sabe, que un día ella será la protagonista de su propio musical. También hay que tener en cuenta que su lógica es brutal: si sacaron a Cándida, a ella también.



Al contrario que Marga y Sol, Luisa siempre se colocaba en la barra y era la psicóloga y relaciones públicas oficial de bar. Además de mi cocinera particular, ya que ni ningún mes me ha faltado todavía su taper de croquetas que sabe que tanto me gustan. Y, lo peor de todo, es que nunca me deja invitarle a un puñetero café. Eso es lo único que no soporto de ella. Y, en parte, me aprovecho de ella, ya que como su memoria no es brillante, le hago creer que ya ha pagado su café cortado sin azúcar.





La encantaba la lotería, y cada año, por navidad, yo siempre le regalaba un décimo, para que un día por fin, pudiera ser la protagonista del musical de su propia vida....