viernes, 15 de mayo de 2009


Cabizbaja y encorvada jugaba con su dedos mientras el humo del café se evaporaba como las horas. Ojerosa e intranquila se enfrentaba al frío abismo en el que se encontraba. Sentía tantas cosas, que al final llegó el vértigo. Y, a pesar de que cada día salvaba la vida a decenas de personas, no supo que hacer con la suya.

El tiempo era un puñal afilado y la vida no era más que una espiral inacabable de agonía. Sus piernas temblaban al incesante ritmo de la cafetera mientras que sus manos se retorcían en sus cabellos buscando un poco de luz entre tanta tiniebla.

Sus manos, descuidadas y en carne viva, se aferraban al vaso haciéndolo estallar. Y, a la misma vez, estallaba su interior en amargas y putrefactas lágrimas de ansiedad. El miedo paralizaba su cuerpo y hacía mucho tiempo que la energía se había quemado junto con su última sonrisa.

Nunca hablaba con nadie hasta que un día se quedo hasta la hora del cierre. Cuando todo el mundo había salido, me miró fijamente mientras se desmoronaba sobre el suelo que, junto a ella, lloró postrado a sus pies.

Le levanté y le abracé. Y juntos pasamos la noche abrazados. No hubo palabras, suspiros o palabras de ánimo. A las 6:45 de la madrugada, Manuela se incorporó, se colocó la sucia falda negra y por fin, se volvió a lanzar a la vida.

Lo que más recuerdo de esa noche fue su última mirada, la fragilidad se había consumido....

lunes, 19 de enero de 2009

Nombre: Elena Ubicación: centro


Solo el rumor de las olas podía calmar el fuego de su cuerpo. Solo la arena curaba las invisibles heridas de sus pies. Y es que solo la soledad de aquella playa escondida era testigo de su desnudez.

Nunca tuvo dueños ni amantes y nunca se sintió más protegida que bajo el sol que la acariciaba y la luna que secaba sus imposibles lágrimas. 25 años llenos de música y magia. 25 años llenos de incomprensión e impotencia. Se llama Elena...


Su mirada era profunda y embaucadora, débil y maravillosa. Su cara, en proporción con su cuerpo, menuda y altiva. Su pelo, libre y abundante. Y, sus pies, los más bonitos que nadie ha visto. Tímida y observadora, anda tranquila y armoniosa hasta la mesa situada hacia el centro del bar. Y, desde allí, me mira, sensible y distante hasta que llegó a su mesa. Me pide su cola-cao caliente y entra en su mundo, alejado de la sociedad, que la asusta y la atormenta hasta dejarla sin respiro.


Catalana, de algún pérdido lugar de la costa, llegó a Madrid con 19 años con un contrato prometedor como primera bailarina de algún famoso ballet. Y, cual pájaro atrapado en la jaula, enmudeció desde, que obligada por sus padres, tuvo que coger aquel maldito tren que la alejaba indiscutiblemente y para siempre de aquella playa que tuvo el placer de conocerla. Es la mejor bailarina de la compañía y eso que jamás llegó a expresar en un teatro sus verdaderos sentimientos. No odiaba el mundo, lo temía. Nunca soportó que la juzgasen, nunca juzgó. Nunca fue capaz de enfrentarse al odio o a la maldad, nunca se metió con nadie.


Era de ideas firmes y por ello, tomó la única decisión que le permitiría no tirarse desde una ventana y volar, enmudeció. Y rompió para siempre el involuntario pacto social que la ataba al yugo del miedo.


Y, cuentan, que una vez cada seis meses, en aquella remota playa lejos de la ciudad, la luna llora cuando Elena se desnuda al son de la libertad y baila solo para ella mientras su cuerpo se estremece soltando los lastres que ya ha acostumbrado a cargar....